Ideas

Trump y el asesino vacío

Por Camilo Pino

gif de donald trump

18 de julio de 2024

Sumario En Estados Unidos cualquier hijo de vecino puede asesinar a quien quiera. Los niños que matan a sus compañeros de escuela, el hombre que le dispara a su mujer por un ataque de celos, el conductor que le vuela los sesos a un paseante en un momento de ira, todos matan porque pueden.

el autor Camilo Pino

Sobre el autor/a:

Camilo Pino

Es escritor y consultor de medios venezolano basado en los Estados Unidos. Su última novela se titula Crema Paraíso.

Lo primero que supimos de Thomas Matthew Crooks, el joven de 20 años que intentó asesinar a Trump, fue que estaba registrado como votante republicano, y que donó quince dólares a una causa progresista en 2021. Estos hechos, en apariencia excluyentes, fueron suficientes para que ambos bandos se apuraran a lavarse las manos, y culpar al otro del atentado en las redes sociales, como si Crooks fuera un repositorio vacío para llenar con mensajes clave de campaña.

A menos de una semana del atentado, la prensa comienza a dibujar un perfil de Crooks como el de un chico tímido, solitario, víctima constante de burlas en la escuela, buen estudiante, criado en un ambiente conservador, interesado en las ciencias de la computación, con un trabajo decente, y dedicado a uno de los pasatiempos más populares de su pueblo, la colección y el uso de armas. Un ciudadano promedio de “la América profunda”.

En este momento, el FBI anda de cabeza tratando de definir el motivo del atentado. Creen que lo encontrarán en un teléfono o una computadora, los sitios donde los ciudadanos comunes guardamos nuestros secretos más íntimos. La expectativa generalizada es la de que pronto aparecerán pruebas de su radicalización. De hecho, ya han encontrado algunos indicios, como su afición por los explosivos. Yo digo que la explicación de sus acciones no la encontrarán allí. Y si llegan a dar con un vínculo con un grupo terrorista, o evidencias de su sueño por alguna forma perversa de celebridad póstuma, el relato será parcial e imposible de verificar. No porque sea imposible meterse en la cabeza de un muerto, que de por sí lo es, sino porque sea cual sea la explicación oficial, se perderá en el inevitable universo de las teorías de la conspiración: el Estado profundo, la venganza del burlado, el servicio secreto iraní, la mano del diablo, todas las teorías serán probadas y desacreditadas entre videos de Tik Tok y trinos de X.

Hay una explicación sencilla e irrebatible del porqué de su crimen. Thomas Matthew Crooks intentó asesinar a Trump porque pudo hacerlo. Más allá de su ideología o falta de ella, más allá de su estabilidad mental o las posibles influencias detrás de sus acciones, lo cierto es que Crooks pudo coger su rifle de asalto, subirse al techo de un edificio, encontrar un ángulo de tiro, apuntar a la cabeza del expresidente, y disparar.

En tanto se privilegie el derecho a tener armas sobre el derecho a la integridad personal y, ultimadamente, a la vida, habrá quien pueda matar no digo a un presidente o a un candidato, que al fin y al cabo cuentan con las protecciones del caso, sino a cualquier persona que se le atraviese en el camino.

En tanto se privilegie el derecho a tener armas sobre el derecho a la integridad personal y, ultimadamente, a la vida, habrá quien pueda matar no digo a un presidente o a un candidato, que al fin y al cabo cuentan con las protecciones del caso, sino a cualquier persona que se le atraviese en el camino.

Por supuesto, nada de esto hubiera pasado si el Servicio Secreto y la policía local hubieran hecho bien su trabajo. La catastrófica falla de las fuerzas de seguridad es injustificable y resultará en una revisión a fondo de sus protocolos, además de hacer rodar cabezas. Pero los errores policiales distan mucho de explicar acciones como esta.

En los Estados Unidos es normal, y en ciertos círculos deseable, que un joven de 20 años manipule armas de asalto. La tenencia de armas ha pasado de ser un derecho arcaico a convertirse en una forma de vida. Thomas Matthew Crooks fue un ciudadano promedio, de los millones que comparten armas y municiones con sus familiares, al punto de haber estudiado y practicado, por mero entretenimiento, tácticas reservadas en otros países a francotiradores del ejército.

Aquí cualquier hijo de su madre puede asesinar a quien le dé la gana. Los niños que matan a sus compañeros de escuela, el hombre que le dispara a su mujer por un ataque de celos, el conductor que le vuela los sesos a un paseante en un momento de ira, todos matan porque pueden.

Hay estadísticas que los estadounidenses se niegan a ver, verdades del tamaño de una catedral: En los EE. UU. hay más armas en circulación (377.9 millones) que gente (336.7 millones de habitantes, incluyendo niños).

De allí que el país haya registrado “4.31 muertes por cada 100.000 habitantes en 2021. Una cifra más de siete veces mayor que la de Canadá, con 0.57 muertes por cada 100.000 personas, y aproximadamente 340 veces mayor que la del Reino Unido, con 0.013 muertes por cada 100.000 personas”, de acuerdo a información publicada por NPR.

No deja de ser irónico que un país donde Crooks no llegó a la edad reglamentaria para tomarse una cerveza, haya podido tratar de asesinar a Trump con un arma de asalto obtenida legalmente.

Mientras los políticos se empeñen en defender el derecho a la tenencia de armas desde una perspectiva electoralista, y se nieguen a verlo como la amenaza que representa para la vida de los ciudadanos, seguirá habiendo quien mate por el simple hecho de poder hacerlo.

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