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Imane Khelif: elogio de la mujer fuerte

Por Ana Lissardy

Imane Khelif
Imane Khelif

31 de agosto de 2024

SumarioEl miedo a las mujeres que sobresalen por su potencial, ya sea físico o mental, aparece en forma de señalamiento, persecución y burla. Viene de personas que tienen la creencia de que las mujeres deben corresponder a un imaginario de “lo femenino” fuera de sintonía con su lugar en la sociedad actual, como lo muestra el caso de la boxeadora argelina.

Ana Lissardy

Sobre el autor/a:

Ana Lissardy

Ana Laura Lissardy es escritora y periodista. Nació en Montevideo, Uruguay. Es licenciada en Letras por la Università degli Studi di Udine, Italia.

Qué miedo tienen a la fuerza de la mujer. Miro notas de prensa, declaraciones, posteos en redes sociales sobre el triunfo de la boxeadora argelina Imane Khelif en la pelea contra la italiana Angela Carini en los Juegos Olímpicos de París 2024 y pienso: qué miedo tienen a la fuerza de la mujer.

Cuando Khelif tuvo su primer combate en los JJ. OO. y derrotó en 46 segundos a Carini, un enjambre de voces no dejó escuchar nada más de París por unos días. Deportistas, exdeportistas, medios, figuras públicas de todo tipo ―incluyendo a políticos y jefes o exjefes de gobierno como, Giorgia Meloni, Javier Milei y Donald Trump― aseguraron que Khelif había nacido hombre, que era transgénero, que no podía competir en boxeo femenino y hasta hubo quienes la llamaron “pervertido”. Muchos de ellos se basaban simplemente en su aspecto. Y en su fuerza.

El Comité Olímpico Internacional (COI) señaló la “agresión” y “el abuso” contra Khelif y explicó en un comunicado que cumple “con todas las normas de elegibilidad e ingreso a la competencia, así como con todas las normas médicas aplicables establecidas por la Unidad de Boxeo París 2024”. Mark Adams, portavoz jefe del COI, dijo en conferencia de prensa sobre Khelif: “Nació mujer, fue registrada como mujer, vivió su vida como mujer, boxea como mujer y posee un pasaporte de mujer. No es un caso de [persona] transgénero". Y agregó: “Ha habido cierta confusión de que de alguna manera se trata de un hombre combatiendo contra una mujer. Este simplemente no es el caso, desde el punto de vista científico.

En eso hay consenso, científicamente no es un hombre luchando contra una mujer”. Khelif es una mujer cisgénero; o sea, que se identifica con el género que se le asignó al nacer: mujer.

Pero todo esto me hizo pensar en el sentido simbólico de estas reacciones: el miedo que aparece en forma de señalamiento, persecución, burla, frente a tantas mujeres que sobresalen por su potencial, por su fortaleza, ya sea física o mental. Un miedo que parece surgir en las personas que tienen la creencia de que las mujeres se deben corresponder con el imaginario de “lo femenino” que culturalmente se tenía hasta hace décadas: no ocupar mucho espacio, ni sonoro, ni físico, ni mental, ni de poder; una creencia que abarca su apariencia, su personalidad, sus acciones. El miedo que le tienen Trump, Milei, Meloni, una mujer fuerte aunque represente el estereotipo conservador, y tantos otros odiadores compulsivos que buscan blancos cada día para lanzar su rabia, me hizo pensar en lo que esto reveló de nosotros como sociedad.

Porque Khelif no es la única. Otras deportistas pasaron por lo mismo, como la atleta española María José Martínez Patiño o la jugadora de rugby estadounidense Ilona Maher que, en diciembre de 2022, publicó un video en TikTok contando su experiencia y reflexionando sobre cómo ponen a la mujer “en una caja” y piensan que debe ser “frágil, pequeña y tranquila y dócil”…

Los gritos en redes, los debates, el sacudón mediático en torno a Khelif muestra todo lo que nos queda por avanzar para romper el cajón de seda y cristal en el que el imaginario social ―todavía― tiene a la mujer. Porque, aún hoy, toda mujer que no sea frágil, pequeña, tranquila, dócil, será perseguida, señalada…

Los gritos en redes, los debates, el sacudón mediático en torno a Khelif muestra todo lo que nos queda por avanzar para romper el cajón de seda y cristal en el que el imaginario social ―todavía― tiene a la mujer. Porque, aún hoy, toda mujer que no sea frágil, pequeña, tranquila, dócil, será perseguida, señalada…

Tengo que abrir un necesario paréntesis en esto: No escribo “acusada” en el caso de Khelif porque no me parece que corresponda; he visto en diversos medios estos días usar expresiones como “acusada de ser trans” o “la humillan diciendo que es trans” o “transvestigación”. No, lector, lectora, no. No es una acusación ni una humillación ser trans; la acusación y la humillación aquí es tratarla de mentirosa, de tramposa, no hay humillación posible en ser trans, no hay acusación posible de ser trans. La primera acepción de la Real Academia Española del verbo “acusar” dice: “Señalar a alguien atribuyéndole la culpa de una falta, de un delito o de un hecho reprobable”. Ojo con las palabras, incluso las que se usan en una supuesta defensa de Khelif, porque nuestra parcialidad implícita está ahí, al acecho. Y esto no se trata de “locuras de la ideología ‘woke’”, como tuiteó Matteo Salvini. Sino del woke en su sentido literal del despertar–; se trata de despertarnos, incluso de nosotros mismos. Y aquí cierro el paréntesis.

Pienso en el simbolismo que tiene el que sean señaladas por su apariencia o complexión física fuertes, como el caso de Khelif, de Martínez Patiño, de Maher. Parece mostrarnos el terror que se tiene a que la mujer deje de ser un gorrión mojado bajo la lluvia. Pese a todo lo que avanzamos en los últimos años en derechos ―que lo hicimos―, esto muestra que seguimos sin estar prontos para la fuerza de la mujer. Que la mujer sí, oquei, está bien, pero “frágil, pequeña y tranquila y dócil”.

Otro ejemplo lo tenemos en las mujeres que alcanzan lugares relevantes en la política.

Por cada una que llega, quedan muchas en el camino, porque hay que tener un carácter específico para poder superar todos los obstáculos que el prejuicio y el machismo de la política ponen solo delante de la mujer, no del hombre.

Y no es ninguna culpa ni defecto no tener ese carácter específico.

Las mujeres que llegan a lugares de poder en política tienen una postura de resistencia y fuerza. ¿Y entonces qué pasa? Se las acusa de autoritarias, déspotas, de mal talante. O se las niega. Se las niega como mujeres y se las trata como hombres, como en el deporte y en tantos ámbitos más, quizás menos visibles. Basta recordar cómo a la vicepresidenta estadounidense Kamala Harris se la llamó Kamal Aroush (con montaje fotográfico incluido) y se dijo falsamente que era un hombre y que luego transicionó a Kamala. Otra vez: como si esto tuviera algo de malo. El punto es que no se acepta que una mujer sea fuerte, resistente, relevante en la vida pública. Basta recordar también el montaje de un video de Barack Obama en 2011 para que pareciera que este se refería a Michelle Obama como Michael. También aquí la lista podría seguir.

Sí, todavía nos queda mucho por avanzar para quitar a la mujer de la caja del imaginario de fragilidad. Para liberarla de esa atrocidad de empaque estilo Blancanieves en el que aún demasiado mundo la tiene. Para liberarla y dejarla ser quien es, quien quiera ser, de una vez. Todo este barullo muestra que estamos varios kilómetros más atrás de lo que creíamos estar.

Lamento mucho ver el temor que todavía tienen hombres y mujeres a la potencia de la mujer. Pero me gustaría decirles que esto no va a evitar que la mujer sea fuerte, vigorosa, resistente, luchadora, y que cada vez esté más lejos de los anacrónicos y mentirosos ideales de gorrión. Griten lo que quieran, insulten lo que quieran, pongan las dianas de su rabia una y otra vez donde quieran, contagien odio, desprecio, maltrato, rencor, pero ni sus gritos ni sus sanciones sociales podrán evitar que la mujer siga superando los obstáculos que buscan introyectarle e inyectarle. No, no podrán evitar la fuerza de la mujer.

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