Periodismo

El último que apague El Morro

Por Rafael Grillo

foto de una casa en Cuba con el cartel "se vende" pegado a la ventana
Rafael Grillo

31 de julio de 2024

SumarioEl autor refleja su deseo frustrado de adquirir la casa de sus sueños en Cuba mientras sus alumnos buscan realizar sus propios sueños fuera de la isla.

foto de rafael grillo

Sobre el autor/a:

Rafael Grillo

Es un escritor y periodista cubano. Escribe sobre literatura, cine y artes visuales, y sus ficciones son del género policial postmoderno. Fue Jefe de Redacción de la revista cultural El Caimán Barbudo y es profesor de Técnicas Narrativas en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana.

En una esquina del Vedado, frente al club nocturno Submarino Amarillo y el Parque John Lennon, está el hogar de mis sueños. Es una torreta octogonal, en lo alto de un inmueble señorial de dos plantas construido en la primera mitad del siglo pasado. Es donde habría querido vivir, rodeado de gatos y escribiendo novelas. Paso por delante de la mansión y la veo recién pintada de amarillo, como queriendo lucir cara nueva, y con un gran cartel colgando: SE VENDE ESTA CASA.

No conozco a los dueños de la casa de mis sueños, pero me imagino que la pusieron a la venta para perseguir sus propios sueños: irse del país. Con la moneda nacional cada vez más depreciada, las casas son lo único que tiene la mayoría de los cubanos para reunir la cantidad exigida por los coyotes.

A mediados de 2023 fue la apoteosis: estos carteles cubrían cuadras casi completas. Comenzaron a proliferar los grupos en Facebook y los sitios online para la compraventa de casas, y los precios cayeron al piso, cotizándose hasta por menos de 10.000 dólares, a veces completamente amuebladas y equipadas, en los municipios de la periferia.

Pero aunque estén desvalorizadas, tampoco seré yo quien compre la casa de mis sueños. Imparto clases de periodismo en la Facultad de Comunicación Social y gano en pesos cubanos que, al cambio de la calle, serían unos 16 dólares. Ese sueño se me esfuma. ¿En las manos de quién irá a parar la torreta octogonal?

Me imagino que en nombre de un testaferro que prestará su nombre y sus derechos de ciudadano cubano para que un europeo la habite o ponga ahí un negocio privado. Se van los cubanos, llegan los hostales y las cafeterías.

Y no son pocos los que se van. Entre la migración del Mariel, en 1980, y la de los Balseros, en 1994, alrededor de 200 mil ciudadanos huyeron de Cuba. Pero los números de esas dos crisis juntas no son comparables con las cifras alucinantes del éxodo actual. Entre 2022 y 2023, ya sea por aire, mar o tierra, legal o ilegalmente, llegaron solo a los Estados Unidos casi medio millón de cubanos. Otros miles han recalado en países de Europa, Latinoamérica y destinos más exóticos como Australia y Qatar.

En solo dos años, ha partido el 18% de la población.

Foto: “1994” (versión), obra de Julio Ferrer sobre la “Crisis de los Balseros”, que se expuso en Cuba, en 2002, antes que el artista cubano partiera a radicarse en Canadá (Imagen tomada del Grupo de Contemporary Cuban Art).

En la Facultad de Comunicación Social donde doy clases, noto a los alumnos de la lista de presencia desaparecer. No puedo saber cuántos graduados de periodismo han dejado el país en los últimos años, pero me llama la atención ver a los medios de comunicación oficiales pregonando que “si desea trabajar en Granma, esta es la oportunidad".

Por las redes sociales, conozco el destino de varios de mis exalumnos.

Lisbeth Moya, 29 años, ha partido tras ser objeto de hostigamiento y detenciones por la policía por sus denuncias en la cobertura de las protestas del 11 de julio de 2021 en el marco de la peor crisis económica que ha vivido el país desde la caída de la Unión Soviética. Hoy vive en Quito, donde realiza una maestría otorgada por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales. Allá investiga las tramas de poder que involucran a sindicatos, gobierno y empresas en Ecuador, y le va bien, me dice. Tiene ganas de regresar, pero solo lo haría si ocurriera un cambio político y social: un horizonte que ella aún no ha podido soñar.

Eduardo Grenier, de 26 años, no llegó a ser perseguido políticamente como Lisbeth, pero también se fue de Cuba frustrado por no poder siquiera “disentir en asuntos sociales y políticos”. También era escasa su fe en el mejoramiento del país. Para llegar a Las Vegas, donde vive hoy, se arriesgó por “la ruta de los volcanes”, como quedó conocida la ruta migratoria por Nicaragua.

Con la excusa de que van a hacer turismo en la región de los volcanes, los cubanos han creado un "Mariel silencioso” por Nicaragua hacia Estados Unidos. "Ahora trabajo en un hotel, lejos de cualquier tema relacionado con el periodismo y, sin embargo, me siento más realizado, aunque la vida del emigrado siempre será, para mí, una felicidad incompleta", escribe Eduardo Grenier.

Con tanta gente marchándose, a mediados de 2023, ofrecí un taller de crónicas de viaje a petición de jóvenes interesados. Aquello era una paradoja, porque el viajero es alguien que sale y regresa, pero a mi alrededor, la gente se iba para arraigarse en un nuevo destino.

Muchos alumnos vinieron, pero la deserción no se hizo esperar. Pedro Sosa, 25 años, me explicó que se iba porque sus padres y su novia ya lo esperaban en Miami. Un año después, ahora viviendo en San Francisco, California, me contó que “ha sido fotógrafo, cocinero, almacenero, conejo de Pascua, vendedor de juguetes y vendedor de zapatos de mujer”. No quisiera dejar de escribir, pero le afecta la falta de tiempo y "un contexto que prioriza lo material sobre lo espiritual”.

Me da pesar ver a la nueva generación que me empeñé a formar no poder alcanzar su sueño de hacer periodismo. No es una opción viable en Cuba, donde los medios independientes son tildados de “mercenarios” por la oficialidad.

Me da pesar ver a la nueva generación que me empeñé a formar no poder alcanzar su sueño de hacer periodismo. No es una opción viable en Cuba, donde los medios independientes son tildados de “mercenarios” por la oficialidad.

Mauricio Mendoza, de 25 años, había empezado a hacer colaboraciones periodísticas en medios como Habana Times y Diario de Cuba, pero luego de dar cobertura al plantón de los jóvenes artistas frente al Ministerio de Cultura y a los sucesos de San Isidro, se convirtió en blanco de la seguridad del Estado. Un día no se le vio más, hasta que supe por las redes sociales que estaba a bordo de un barco.

De pronto, me asusté de que él se hubiese sumado a los que se lanzan en balsas para intentar cruzar las 90 millas de mar que separan Cuba de Florida. El éxodo de los Balseros de 1994, que se cobró tantas vidas, ha vuelto a tomar fuerza y unos 6 mil cubanos han sido interceptados por la guardia costera estadounidense cada año desde 2022.

Me calmo cuando Mauricio me aclara que lo del barco “fue una experiencia hippie vivida con unos amigos en Miami”. En realidad, logró la nacionalidad española gracias a la “Ley de Nietos” y salió de Cuba en un avión directo hacia Estados Unidos. De ahí, se fue a España y luego intentó la suerte en Francia, pero terminó instalado en Alemania, donde trabaja de housekeeping en un hotel. “La emigración es la experiencia más cercana a la reencarnación", me dice, "es como nacer de nuevo, con la diferencia de que, en este caso, sí te acuerdas de toda tu vida pasada”.

Foto:Captura de pantalla del muro de Facebook de Lia Contino.

No solo los periodistas se van. Se va una generación. "Madrid está repleta de artistas cubanos exiliados", dice Carlos Lechuga, cineasta cubano conocido por la censura de sus películas Santa y Andrés y Vicenta B. Los mejores deportistas también han dejado Cuba: Jordan Díaz y Pedro Pablo Pichardo, bajo su nueva nacionalidad española, compiten en el Campeonato Europeo de Atletismo. También escapa Yunior García y los teatreros. Gente de la música, como Cimafunk, se embarca en interminables giras por el mundo. Los escritores también quieren quitarse de encima “la maldita circunstancia del agua por todas partes”, descrita por Virgilio Piñera en su poema La isla en peso.

Poco dados a informarse sobre las leyes, los cubanos se han vuelto expertos en disertar sobre el Título 42, I-220A, CBP One, el proceso CFRP y cualquier otra disposición, instrumento legal o programa que decida sobre su posibilidad de lanzarse a navegar dentro de la ola migratoria. Hasta en la casa de mis suegros, el último lugar donde lo creí posible, estos términos han llegado a apoderarse de la conversación de sobremesa.

Aunque la familia de mi esposa tiene a su núcleo central residiendo enteramente en la isla, ahora se ha vuelto común escuchar en el comedor de la casa a la prima Esther hablar de su hijo Kerin, de 35 años, licenciado en Historia, que ahora trabaja entregando comida a domicilio en Estados Unidos.

A Lorena, mi hijastra, también se le escapan las amigas. Contaba con pasar junto a Lia y Paula los años de la carrera de Periodismo, pero Lia apenas la acompañó unos meses y Paula se fue antes de pisar el aula.

A Lorena, mi hijastra, también se le escapan las amigas. Contaba con pasar junto a Lia y Paula los años de la carrera de Periodismo, pero Lia apenas la acompañó unos meses y Paula se fue antes de pisar el aula.

"Tomé la decisión de irme por el miedo de no tener un futuro en Cuba, ni para mí ni para mi mamá”, me dice Paula Barrera, cuya madre tenía su propio negocio de publicidad para redes sociales, en el cual ella colaboraba. Gracias al “parole humanitario” concedido por Estados Unidos a migrantes venezolanos, cubanos, haitianos y nicaragüenses, ellas se asentaron con unos parientes en Nueva Jersey.

Su amiga Lia Contino se fue a Miami apoyada por una tía instalada allí. Al ver a su mamá, médica de formación, pasar tanto trabajo solo para conseguir alimentos y productos de aseo y limpieza, no veía la posibilidad de futuro en Cuba. “Vine a Estados Unidos para vivir, porque en Cuba solo estaba sobreviviendo", me dice ella por mensaje. Sin embargo, añade, "si no estuviera todo tan malo en mi país, volvería encantada".

Pero conceder a los cubanos la posibilidad de soñar no parece ser una prioridad del gobierno. No hay mejora económica en el horizonte y los gobernantes intentan forzar el regreso de sus ciudadanos usando la burocracia: un proyecto en trámite en la Asamblea Nacional obligaría a los emigrantes a pasar más tiempo en el territorio nacional para demostrar arraigo en el país, bajo pena de perder sus derechos civiles.

Mientras esto no pasa, Cuba sigue perdiendo a sus jóvenes y, con ellos, se le escapa la fertilidad, la fuerza de trabajo y cualquier posibilidad de regeneración y crecimiento económico. Un gran signo de interrogación se despliega sobre su horizonte. Como dice Lia Contino en su Facebook: “El último que apague el Morro”.

Suscríbete

© BOOM. São Paulo, New York, Boston, Ciudad de México, Santiago.