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Cómo detener al lobo feroz de la ultraderecha en Latinoamérica

Por Emmanuel Guerisoli

Animación sobre la extrema derecha
Valentin Jadot

8 de julio de 2024

SumarioLas extremas derechas latinoamericanas han alcanzado un amplio apoyo popular que aprovechan en perjuicio la institucionalidad democrática republicana. Sin embargo, hay una serie de antídotos institucionales que deben ser puestos en práctica para evitar que destruyan las democracias latinoamericanas.

Emmanuel Guerisoli

Sobre el autor/a:

Emmanuel Guerisoli

El autor es investigador en el Zolberg Institute for Migration and Mobility en la New School for Social Research donde estudia la emergencia de movimientos y organizaciones de extrema derecha desde una perspectiva histórica y global. Junto con Federico Finchelstein, publicó recientemente un artículo en The New Republic sobre cómo sería el día uno de un eventual segundo gobierno de Trump.

En menos de una década, las extremas derechas Latinoamericanas han logrado transformarse de grupos minúsculos en los márgenes del electorado a partidos políticos con un piso cercano al 30% en la intención de voto.

A diferencia de la derecha tradicional de los últimos 30 años, los extremistas de derecha cuestionan ciertos pilares de las democracias constitucionales como la legitimidad de las elecciones, el estado de derecho, la separación entre iglesia-estado, la eliminación de derechos civiles, la demonización de opositores y el rol de las fuerzas armadas en la política. Al mismo tiempo, revalorizan los golpes de estado y dictaduras militares de derecha. ¿Debemos permitir a la extrema derecha aprovechar de los mecanismos democráticos para acceder al poder y luego imponer un orden autoritario ?

Figuras como Javier Milei, José Antonio Kast y Jair Bolsonaro, que surgieron representando corrientes ideológicas extremistas pero sin un gran aparato político detrás de ellos, han construido partidos políticos de amplio alcance electoral en relativamente poco tiempo. Discursos que hace unos años eran repudiados en la esfera pública por discriminatorios, violentos, antidemocráticos, e incluso negacionistas, se han instalado como simples opiniones “políticamente incorrectas” o como “verdades o revelaciones incómodas” legitimadas por gran parte de la sociedad. En este sentido, la reciente ola de extrema derecha en América Latina llegó para quedarse y tomar un papel protagónico y determinante en las próximas décadas.

El mejor ejemplo de un país donde esto ha sucedido es El Salvador de Nayib Bukele: un régimen que persigue a opositores, censura a periodistas y recurre a la violencia paramilitar.

La crisis global de los partidos tradicionales de centro-derecha y centro-izquierda ha finalmente madurado en América Latina. Desde el 2018, las contiendas presidenciales han sido ganadas por candidatos provenientes de partidos “anti-sistema”, como Javier Milei en Argentina y Pedro Castillo en Perú, o de terceras opciones que prometen una “transformación de la política”, como AMLO en México. Las elecciones presidenciales de Chile en 2021 o de Colombia en 2022 fueron aún más paradigmáticas con una segunda vuelta que enfrentó a candidatos de coaliciones de partidos “no tradicionales” de derecha ultraconservadora.

Particularmente en Chile, Argentina, y Brasil, los partidos de extrema derecha han desplazado o absorbido a las derechas tradicionales capturando el espectro conservador. En Chile, el ultra-conservador Partido Republicano, fundado por Kast en 2019, se ha convertido en el referente de la derecha, superando en cantidad de votos a Chile Vamos, la coalición de derecha con valores democráticos, en las elecciones de consejeros constitucionales de 2023. Actualmente, Chile Vamos se encuentra negociando con el Partido Republicano para presentar listas unificadas, lo que está provocando serias fricciones dentro de la coalición. La trágica muerte de Sebastián Piñera, no ha hecho más que realzar la figura de Kast en la derecha chilena. Si Chile Vamos se continúa fraccionando y el Partido Republicano prosigue con sus victorias, la derecha chilena será completamente fagocitada por los ultra-conservadores.

En Argentina, el partido de La Libertad Avanza de Javier Milei se encuentra ante una oportunidad parecida. Varios miembros del gabinete del gobierno de Milei, que pertenecen a la coalición de centro-derecha, liderada por Patricia Bullrich, quien fue candidata presidencial de Cambiemos y presidenta del PRO, el principal partido de la coalición, están proponiendo fusionarse con la organización del presidente. Tal medida, que busca posicionarlos estratégicamente frente a las elecciones parlamentarias del 2025, interpreta que el electorado de derecha se identifica más con Milei y su ideología que con la del ex-presidente y fundador del PRO Mauricio Macri. De modo semejante a lo que sucede en Chile, esto ha desencadenado una guerra civil dentro del PRO que amenaza fragmentarlo para formar de un bloque de ultraderecha que lo superaría electoralmente y dejaría colgando otros partidos de centro-derecha.

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A diferencia, de Argentina y Chile, donde la centro-derecha es absorbida por los ultraconservadores, en Brasil se está manifestando un reemplazo. La derrota de Jair Bolsonaro, en 2022, no disminuyó la popularidad del ex-presidente y mucho menos el apoyo a sus partidos políticos de referencia. Desde el 2013, aunque más aceleradamente desde el 2018, los dos principales partidos de derecha, el Movimiento Democrático Brasileño (MDB) y el Partido de la Socialdemocracia Brasileño (PSDB), han perdido su hegemonía, e incluso colapsado, frente al auge de partidos ultra. El Partido Liberal y los Republicanos tienen entre sus miembros a los hijos de Bolsonaro y a varios de sus ex-ministros y colaboradores. Ambos partidos ganaron las gobernaciones de Río de Janeiro y Sao Paulo respectivamente. Es evidente que la derecha brasileña ya está canibalizada por los ultraconservadores.

Esta ola de extrema derecha obedece a un proceso global y otro regional. Las victorias de las derechas extremas y populistas en Europa y Norteamérica a mediados de la década del 2010, ofrecieron modelos discursivos a imitar y un contexto internacional para legitimarlos. A nivel regional, la extrema derecha latinoamericana supo aprovechar de los tres principales fracasos de la marea rosa latinoamericana: el aumento de la desigualdad social y el costo de vida (a pesar de las políticas redistributivas de riqueza); la construcción de un aparato clientelista corrupto y prebendario, y el incremento de la criminalidad urbana y su impunidad judicial.

Además, los ultraconservadores culpabilizaron de modo muy eficaz a la izquierda de intentar imponer el socialismo, de forzar un revisionismo histórico, y de corromper la moral y el tejido social. Primero demonizaron al chavismo y el castrismo como los modelos ideológicos del progresismo en toda la región, algo que es falso. Segundo, enmarcaron las políticas de derechos humanos y juicios contra las dictaduras militares como medidas ideológicas y revanchistas. Y tercero, acusaron al “marxismo-cultural” de fabricar ideologías de género, raza, y sexualidad que amenazan los valores tradicionales de la familia a través de la acelerada extensión de derechos civiles como el matrimonio igualitario, la interrupción del embarazo, la educación sexual, y la identidad de género. La extrema derecha también aprovechó la enorme desilusión con los gobiernos de centro-derecha de Michel Temer, Mauricio Macri y Sebastián Piñera, a los que condenó por negociar con la izquierda, para incitar una revuelta reaccionaria.

Paradójicamente, fueron las derechas tradicionales las que dispararon su propio declive al legitimar a los ultraconservadores e incluirlos en sus espacios políticos. En 2016, el MDB y el PSDB recurrieron a ellos para impulsar el juicio político contra Dilma Rousseff. En 2020, Piñera incluyó a los Republicanos en su coalición frente a las elecciones de gobernadores, municipales y constituyentes. Mauricio Macri apoyó a Milei en la segunda vuelta en 2023. El error de todos fue asumir que los ultraconservadores podían ser controlados sin jamás conquistar la preferencia electoral.

Ahora bien, si la extrema derecha triunfa en su intento de controlar la sociedad como en El Salvador, no habrá más una derecha republicana que se oponga los intentos antidemocráticos del extremismo. El votante moderado con valores republicanos y creyente del sistema democrático no tendrá una opción de centro derecha viable e independiente. La cooptación de esa derecha, que representa a ese votante moderado, por parte de estos movimientos extremistas pone en peligro la institucionalidad democrática.

Sin embargo, la hegemonía de la extrema derecha no es inevitable. Hay una serie de antídotos institucionales que pueden, y deben, ser puestos en práctica para evitar que se perjudique a las democracias latinoamericanas.


El primero corresponde a las derechas que respetan el estado de derecho: negarse a legitimar y apoyar a los extremistas a través de gobiernos de coalición o posibles fusiones. El error de Piñera o Macri fue priorizar ganancias electorales y puestos de gabinete a corto plazo, subestimando los probables perjuicios para sus partidos y la institucionalidad a largo plazo. Como en un pacto fáustico, este cálculo instrumental termina siempre perjudicando al sector más moderado.

Esta miopía política conlleva a la segunda herramienta: la formación de cordones sanitarios electorales. Al inicio de las campañas, todos los partidos políticos deben pactar no entrar en acuerdos con la extrema derecha y comprometerse, en el caso de segundas vueltas, a apoyar a los candidatos no extremistas. Este fue el error fatal que permitió la victoria de Milei en la segunda vuelta. No solo Macri y Bullrich lo apoyaron, sino que los candidatos de centro, pensando en su integridad moral y la percepción de sus votantes en futuras elecciones, se rehusaron a respaldar al candidato peronista y declararon que votarían en blanco.

La centro-derecha argentina debería haber prestado atención a las elecciones de El Salvador en 2019, donde la apatía electoral y la polarización otorgaron el triunfo al extremista Bukele, curiosamente apoyado por una escisión ultraconservadora de ARENA con la que se alió a última hora.

Un tercer instrumento sería, entonces, la formación de “grandes coaliciones” que engloben fuerzas de centro derecha e izquierda y aliados moderados para enfrentar a una extrema derecha popular. Lula se ocupó de formar una coalición anti-Bolsonaro en 2022 para garantizar la institucionalidad republicana y democrática.

Por último, hay antídotos legales, y hasta constitucionales, que podrían adoptarse para frenar el avance de la extrema derecha. Las proscripciones partidarias han sido utilizadas en el pasado, casi exclusivamente contra partidos de izquierda o anti-oligárquicos, pero han demostrado ser ineficientes, y hasta muy contraproducentes. La proscripción del partido peronista en Argentina entre 1955 y 1973 se impuso a través de una rígida censura. Pero también dio origen a la llamada Resistencia Peronista que terminó alimentando el mito peronista hasta el regreso definitivo del caudillo justicialista en junio de 1973.

Organizaciones internacionales como la OEA y el Mercosur poseen cláusulas en defensa de la democracia que incluyen la suspensión y sanciones diplomáticas pero requieren unanimidad y, como demuestran el casos de los presidentes Nicolás Maduro en Venezuela y Daniel Ortega en Nicaragua, carecen de fuerza.

Sin embargo, nivel partidario las cláusulas democráticas pueden ser eficientes. Lo fueron en Francia con el candidato de ultraderecha Éric Zemmour, quien fue condenado por incitar al odio racial al calificar a migrantes menores de edad como ladrones, asesinos y violadores. Actualmente únicamente Argentina cuenta con estas cláusulas pero solo se aplican en caso de golpe de estado o la suma del poder público a nivel constitucional.

Estamos ante una coyuntura histórica, las extremas derechas latinoamericanas han alcanzado un amplio apoyo popular que aprovechan para disminuir a una derecha moderada y democrática en perjuicio la institucionalidad republicana. Suelen respetar los procedimientos democráticos durante las campañas electorales perocuando vencen es que comienzan a abusar del poder e intentan cambiar las reglas del juego democrático de manera autoritaria. Por lo tanto, es necesario parar a la extrema derecha autoritaria antes de que gane el juego electoral.

Para proteger mejor el respeto de losprincipios republicanosdemocráticos y de derechos humanos, los países latinoamericanos deberían adoptar leyes que autoricen la disolución o suspensión de partidos que fomenten actos violentos contra elorden constitucional y democrático, o que promuevan propaganda y discursosracistas, homofóbicos, misóginos, y negacionistas.

La izquierda y la centro-derecha deben hacer frente común ante lospeligros del autoritarismo de las derechas extremas. Bukele, Milei, Kast y Bolsonaro no son figuras transitorias y los movimientos que representan no son modas pasajeras. Los extremismos que representan, así como en los 20s y 30s del siglo XX, son tóxicos para lavida democrática. Es urgente contrarrestarlos. Es hora de decirles: ¡No pasarán!

Programación creativa: Valentin Jadot.

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