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Milei, el feminismo y la pobreza: una nueva batalla para las mujeres argentinas

Por Jordana Timerman

Milei contra la marea verde
Constanza Gaggero

31 de agosto de 2024

SumarioEl gobierno de Javier Milei impulsa un giro antifeminista en Argentina, desmantelando avances de derechos humanos y logros que tomó décadas cosechar. Mientras las mujeres enfrentan una crisis económica desproporcionada, el feminismo se reorganiza, con la pobreza femenina como nuevo frente de batalla.

Jordana Timerman

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El 8 de marzo de este año, el gobierno argentino liderado por el “anarco-libertario” Javier Milei anunció que el Salón de las Mujeres de la Casa Rosada pasaría a ser el Salón de los Próceres. El desmontaje responde a la bajada de cuadros de los represores militares hace 20 años, un hito político en la historia de la Argentina postdictadura. Desde lo más alto del Ejecutivo, la mujer más poderosa del gobierno, Karina Milei, hermana del presidente, prestó su voz a un video para divulgar el lanzamiento oficial de una iniciativa centrada en la “gran gesta argentina” y no “el guiño político estéril a un movimiento militante del momento”. En otras palabras, la hermana del presidente lanzó un movimiento antifeminista. Que el 8 de marzo se celebre el Día Internacional de la Mujer, solo subraya la saña. 

Con el reemplazo de los cuadros de mujeres revolucionarias por el clásico elenco de hombres blancos en uniformes militares, también cristaliza un cambio de época: el fin de un periodo de valoración de los derechos humanos, que produjo notables de avances en la lucha de los derechos de las mujeres, y el regreso de jerarquías patriarcales que se creían superadas.

Tras la formación del colectivo Ni Una Menos contra los asesinatos de mujeres en el 2015, las argentinas logramos la aprobación de leyes que protegen de los femicidios y que garantizan el aborto.

En las últimas décadas, las feministas argentinas encabezaron una ola de cambio regional hoy conocida como la “marea verde”, que impulsó un enorme debate público regional sobre el feminicidio y la violencia doméstica, pero también en torno a los derechos reproductivos. Tras la formación del colectivo Ni Una Menos contra los asesinatos de mujeres en el 2015, las argentinas logramos la aprobación de leyes que protegen de los femicidios y que garantizan el aborto. Estos avances fueron posibles luego de una larga lucha de organización a través de toda la sociedad: en los asados familiares, en los puestos de trabajo o en protestas embadurnadas de brillantina verde, las feministas argentinas debatimos, armamos coaliciones políticas y tomamos las calles.

Ahora enfrentamos a un gobierno profundamente hostil a nuestras luchas. Esta hostilidad se nota en la violencia verbal de líderes del gobierno y en la adopción de políticas contra los avances feministas. Por ejemplo, la austeridad presupuestaria ha sido usada como paraguas ideológico y punta de lanza para deshacer los avances que nos protegen de la violencia doméstica y que apoyan el acceso a la salud, además, claro está, de los que garantizan los derechos sexuales y reproductivos. Muchos son programas que funcionaron bajo gobiernos de Mauricio Macri y Alberto Fernández, caracterizados por sus distintas ideologías.

Otro ejemplo de hostilidad es la reacción de Milei hacia las acusaciones de abuso y violencia de género contra el ex presidente Fernández que actualmente sacuden Argentina. El 8 de agosto, Milei dijo que las políticas de género –una bandera política de Fernández– eran una “estafa”. Para los críticos del movimiento feminista, el caso solo corrobora la supuesta doble moral de las feministas, a pesar de que voceras prominentes del feminismo han condenado con vehemencia a Fernández.

El populismo de derecha ve en el feminismo uno de sus principales enemigos y avanza sobre el rechazo profundo a los cambios culturales feministas.

El populismo de derecha ve en el feminismo uno de sus principales enemigos y avanza sobre el rechazo profundo a los cambios culturales feministas. Como movimiento político, el crecimiento de la ola ultraderechista coincidió con la etapa final de la campaña por la aprobación del derecho al aborto a finales del 2020, un enorme logro que, paradójicamente, dejó a las feministas argentinas sin una causa clara que las aglutine.

Esto también coincidió con un momento en que el feminismo perdió fuerzas dentro de la coalición de centro-izquierda que entonces gobernaba Argentina. Cuando el gobierno peronista perdió las elecciones de medio término en el 2021, algunos de sus referentes comenzaron a usar el feminismo como chivo expiatorio, con la premisa de que sus demandas resultaron alienantes para los votantes, señala la periodista feminista Ingrid Beck, una de las fundadoras de Ni Una Menos. Se culpó a las mujeres, como si la caída libre de la economía y la profunda crisis de representación política no explicara el rechazo electoral a los partidos establecidos. Cuando ganó la ultra derecha de Javier Milei en 2023, la respuesta fue rápida: se pasaron de rosca, quisieron demasiado dijeron algunos políticos de derecha y de izquierda refiriéndose a las conquistas feministas.

Durante muchos años, se consideró que una mujer que usara minifalda y ropa atrevida incitaba la agresión sexual. ¿Será que la brillantina verde fue la minifalda colectiva que ahora justifica atacar a las feministas?

Quizás el afán por deconstruir estructuras machistas que caracterizan nuestra sociedad fue demasiado lejos. Creíamos que el movimiento encarnaba el espíritu de los tiempos, una corriente irreversible, pero otros sintieron que las feministas lideraban una suerte de revolución cultural, como apuntó Juan Elman. Según esa lógica, buscaban cancelar no solo la violencia de género, sino también los roles de género definidos de la cultura argentina. Con sus esfuerzos de implementar el lenguaje inclusivo, hasta querían cancelar el mismo idioma español. Hoy se deslegitiman a las luchas feministas porque un político que apoyó políticas de género fue acusado de golpear a la que era entonces su pareja.

El antifeminismo en Argentina tiene su contraparte en muchos lugares del mundo, donde se normaliza la discriminación de género y se atacan los derechos reproductivos, como sucede en Brasil y Estados Unidos. Invalidar o impedir avances sociales como el aborto, el matrimonio igualitario y la equidad e inclusión, lo que denominan “ideología de género”, es parte del ADN de los movimientos de ultra derecha. Para mantener estructuras tradicionales que discriminan contra las mujeres, estos movimientos deslegitiman a las feministas, tildándolas de locas desquiciadas.

Siempre que hubo avances en los derechos de la mujer emergió un movimiento de contrarreforma.

Esto no es nuevo. Siempre que hubo avances en los derechos de la mujer emergió un movimiento de contrarreforma. De hecho, el concepto de backlash se popularizó en los 90, cuando Susan Faludi desarmó el mito de que los avances laborales y educativos de las mujeres las volvieron menos satisfechas con sus vidas. Los esfuerzos por mejorar las vidas de las mujeres “han sido interpretados una y otra vez por los hombres —especialmente los hombres que luchan con amenazas reales a su bienestar económico y social en otros frentes— como una señal de su propia perdición masculina”, escribió la periodista estadounidense.

En un ensayo más reciente, Faludi contrasta las endebles contribuciones del apoyo de las celebridades al feminismo con el trabajo de activistas de base. En Argentina, un ejemplo elocuente lo ofrecen las organizaciones feministas populares que desde hace años brindan servicios de cuidado esenciales como comedores comunitarios para paliar la aguda crisis económica alejando así la perenne sombra del estallido social que sobrevuela el país. De modo que no solo es falso que el feminismo sea ajeno a las preocupaciones centrales de la gente, sino que el trabajo de base señala un claro norte para las feministas argentinas: la lucha contra la pobreza.

En el mundo, la pobreza afecta desproporcionalmente a las mujeres. Una mujer tiene en Argentina un 65% más probabilidad de ser pobre que un hombre. Los trabajos feminizados, como el trabajo doméstico, son peores pagados que los masculinizados, como la construcción. Los trabajos de cuidados, que incluyen las tareas del hogar, cuidados de los hijos y personas mayores, casi siempre los llevan a cabo las mujeres.

La crisis económica argentina –caracterizada por un empobrecimiento general y una inflación superior al 270% interanual– impacta desproporcionalmente a las mujeres, subraya Mercedes D’Alessandro, economista feminista. Se suponía que el ajuste económico puesto en marcha por el gobierno lo iban a pagar los políticos del establishment, la denostada “casta”. Pero en realidad lo están pagando los pobres, en particular las mujeres pobres, y más aún las madres pobres.

Esta austeridad ha socavado las políticas de cuidados. A pesar de la atención que recibieron gracias a la pandemia Covid-19, los esfuerzos para que el Estado apoye económicamente estás labores no lograron convertirse en una demanda mayoritaria. En el gobierno de Milei, más de la mitad de los programas que alivian el impacto de la pobreza en la vida de las mujeres han sido eliminados. Los que quedan corren peligro de cancelación o desfinanciación, según la Cocina de los Cuidados, institución que monitorea organizaciones sociales y de derechos humanos.

Bajo las múltiples cargas que impone la crisis económica sobre las mujeres, las activistas feministas están volviendo a tejer acuerdos y coaliciones para responder a los ataques fulminantes de la ofensiva antifeminista. En un contexto de extrema pobreza en nuestro país, la lucha feminista contra la pobreza femenina y la pobreza en general, podría convertirse en una bandera colectiva, como logró ser el aborto y las violencias de género. En el pasado, las activistas primero tuvieron que convencer a la sociedad de la relevancia de estas luchas, y después presionar para poner las soluciones en práctica. Persuadir a los argentinos de que deben prestar atención al impacto desigual de la pobreza sobre las mujeres, y ofrecer remedios eficaces, es el actual desafío.

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